Del #tiempo fuera de cada día

Si fuera osa hibernaría. Si fuera y no tuviera ositos con lombrices en el culo que les urge que acabe la noche. Me metería en un hoyo profundo y no saldría hasta el próximo verano, cuando la vacuna ya estuviera descubierta y bien distribuida, ajá. Pero como tengo ositos que se despiertan de madrugada a vivir como si no hubiera covid en el mundo, con todas las injusticias y desigualdades asociadas con él, tengo que postergar los planes de hibernación, por ahora.  No solo los planes, también las ganas de tener planes. Hago de todo, me clavo en la tarea que tengo que entregar en la escuela virtual como si no hubiera mañana. Cocino comida, aún cuando nunca en mi vida había canalizado en los sartenes ninguna angustia y escribo una historia de antes, de cuando la distancia social era la auto impuesta, para no sentirnos invadidos.

¿Qué será del mundo ahora y qué será de nosotras en él? casi nunca antes, tanta incertidumbre. Aunque he hecho ejercicios consientes de encontrar medio lleno ese vaso, cada día que pasa tengo que poner más atención para no poner mi cuerpo en automático haciendo la limpieza con cloro del piso, volverme robot limpia patas de perros e irme muy abajo al fondo de la tierra a encerrarme en la cueva del #tiempo fuera, hasta nuevo aviso.

Temo que cuando quiera salir ya no haya mundo como lo conocía, como le pasó al oso que no lo era, y prefiero verlo venir desde antes para hacer plan b, plan c y plan d.

Si hay una cueva sin embargo donde hiberno en este confinamiento obligado y a ella me voy cada día. Me recluyo allí, todo oscuridad. Tomo aire del fondo de la tierra y me hago de la fuerza para salir con algo medio parecido a la paciencia.

No soy nada original en mi cueva, es un hoyo bien sabido por otros que a muchos consuela. Tanto, que ante la pandemia de negocios a punto del cierre por falta de ventas y la imposibilidad de salir a flote con tantos gastos y ninguna ganancia,  se ha generado un movimiento de apoyo que consiste en comprar libros a los libreros del barrio, aunque no puedan pasar por ellos hasta que estrenemos nueva realidad. Bonos de realidad aparte,  para cuando esta pesadilla termine. De esa manera los libreros de barrio pueden pagar por lo menos, la renta de sus locales.

La que nos queda más cerca y a la que aprendimos a tenerle cariño por muchas razones es una librería básicamente infantil; los socios estaban a punto de terminar el pago del crédito que habían pedido para abrir en 2012. Ahora se iban a tener que volver a endeudar para mantener lo que apenas habían logrado acabar de pagar.  Sin embargo,  solo durante la primera semana de la campaña Apoya a tu librería vendió 200 bonos y los socios, dijeron al País que “ha sido tan emocionante que casi nos echamos a llorar” porque ahí es donde “el consumo puede ser una forma de activismo”  y así con otras tiendas de barrio, la idea es que el tejido social compense y salga a dar la cara, por lo que nadie más está en posibilidades de responder del todo.

Otra de las razones por las que pienso que no es la mejor de las ideas hibernar hasta el próximo año es porque me perdería a los ositos de esta casa, obsesionados con sacar sus play mobil a excursiones multi diversas; se van a la playa, al bosque, a escalar montañas,  a la sabana de Kenia y sobre todo, a “que les de el aire fresco” ya que a ellos le ha dado francamente muy poco.

Las palabras han sido y siguen siendo tablas de salvamento y dejan prueba de que la posibilidad de resistir con mediana cordura ésta, como otras crisis de la humanidad, pasa por ellas y el consuelo que pueden otorgar si se les permite.

Yo ya me hice de mis bonos;  son como boletos para entrar a la cuevita caliente de la osa que quiero seguir siendo, cuando este paréntesis surrealista, termine de terminar.

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