Un cincuentón ¿fracasado?

El golpe es bajo y no llevábamos armadura. La convocatoria sólo hacía referencia a una presentación de un libro por una serie de intelectuales y activistas serios y comprometidos. Con esa idea apremié a estudiantes universitarios a involucrarse en el evento como parte del auditorio. No imaginé tener que dar explicaciones al finalizar el encuentro, ni tener que asumir la responsabilidad moral de nuestros cuerpos rotos.

Por medio de un viaje místico, balcánico, jazzístico cuasi afrodisiaco Leika Moshán se acompañó de un simplísimo sintetizador para, desde una esquina discreta del escenario, usar su voz para trasladarnos a otra órbita existencial, una donde los jóvenes no desaparecen, los estudiantes no son una amenaza a la paz nacional y las mujeres cantan en el auditorio del Centro Cultural Universitario Tlatelolco. Entrar a esa dimensión paralela acompañados, todos los sabíamos, del fantasma de los estudiantes asesinados en la Plaza de las tres culturas en 1968. 

Una serie de desgarraduras, lo que pasó en ese espacio cuando las organizaciones de la sociedad civil presentaron su contrapropuesta a la “mentira histórica”: el Informe “Yo sólo quería que amaneciera; impactos psicosociales del caso Ayotzinapa” 

Pero el auditorio estaba desarmado y, sin más posibilidad que la de rendirnos con todo y nuestras precarias defensas psicológicas,  tuvimos que sucumbir, no al poder de las palabras académicas y posicionamiento políticos; al arte de lo inombrable. 

Yo no avisé porque tampoco sabía que las protecciones que llevamos en la mochila a los acontecimientos como éstos para no conmovernos más de lo estrictamente permitido, no serían suficientes. Con gemidos y lamentaciones nos dejaron claro lo que en Ayotzinapa sucedió y algunos, todavía no podemos elaborar. 

El evento no hizo más que estrujarnos a bofetadas y, desde lo estético, nos desorganizó también el sistema límbico porque no contentos con movernos musicalmente, nos aplastaron  desde lo visual. 

A base de imágenes a tinta china en un acetato proyectado en la pared, el artista creó frente a nosotros paisajes temporalmente vivos pero siempre en movimiento donde tuvo el atrevimiento de explicarnos figuradamente lo que hasta ahora seguía siendo para la mayoría, inquietante interrogación de la historia.  Escenas, momentos, postales que una tras otra, exponían una pequeña película con personajes, espacios, argumentos, tramas, principios y cierres, cine a mano: el desvanecimiento de cuarenta y tres.

Las luces se apagaron, se podía ver únicamente  una pantalla en blanco en el centro del escenario y después, conducido por el ritmo nostálgico de la voz, una mano con un pincel ubicaba una gota de tinta china en el centro del acetato, proyectado en la pantalla. La gota chorreaba unos segundos por los lados para poco a poco ir tomando forma, con la ayuda del artista, hasta convertirse en tortuga. 

El reptil nos tomó de la mano, nos seco las lágrimas y nos llevó a la Normal Rural Raúl Isidro Burgos en Ayotzinapa, por unos segundos, porque no dejaba de convertirse en otra cosa grancias al pincel y muy pronto le crecieron piernas y brazos humanos ¿un estudiante? ¿un policía municipal? ¿un paramilitar? ¿un soldado? De espaldas y en tinta china no era reconocible, por lo menos no lo era hasta la siguiente escena en la que se hacía acompañar de otro cuerpo y otro y otro  hasta completar una marcha masiva. Uno  alzaba los brazos y en las manos erigidas, portaba un  libro. Eran los estudiantes.

Las figuras desaparecían frente a nuestros ojos, devoradas poco a poco por las manchas de tinta china que simulaban gotas de oscura sangre mientras se dejaba al auditorio sumido en lo oscuro de una pantalla conquistada por el negro de la ignominia, la duda,  la incertidumbre a la que invita el horror de la pregunta eterna. La representación visual del “tiempo oscuro de la desaparición y la impunidad” (Ximena Antillón).

El cuadro que seguía aparecía cual Rorschach, cada espectador se veía impelido a proyectar, en la imagen de la pantalla, lo que de significativo hubiera construido en su entendimiento de este país, de este deja-vú de la historia donde los desaparecidos nos arrojan a la cara gitos que preguntan ¿qué no aprendimos del pasado sucio de la guerra como para que tengamos que repetir los capitulos más truculentos?

Los minutos prometen una respuesta que duele, como duele leer el informe completo y la portada lo vaticina. La autora, una niña de 9 años, familiar de un estudiante desaparecido, dibuja a su familia y empieza por ella misma. Junto a su imagen un espacio en blanco la separa del resto de la familia. Debajo del vacío, ella ha escrito, “mi hermano.” Ella es parte del ejército de niñas y niños que tienen como referencia de su familiar solamente un hueco blanco, un vacío de sentido pero también de certidumbre, de información, de verdad, de justicia y de reparación.

Y en otra hoja, otra niña escribe: Papi, soy tu ija y quiero que regreses, toda tu familia te espera con los brasos abiertos (sic). Un tercer niño, dibuja un campo militar y 43 cuerpos abatidos mientras que otra, traza un campo con cuarenta y tres árboles y escribe: Hace dos años no sé nada de mi papá, yo ya crecí. Dicen que los quemaron, pero yo no lo creo, ellas están en la montaña. Escuché que mi abuelito decía que los expertos encontraron una lata de atún, a lo mejor son ellos y es lo que comen. Él está en las montañas, él está bien. 

Niños y niñas que edifican posibles explicaciones de lo que los adultos han fallado en revelar porque donde no hay cuerpo, no hay rezo que lo vele.

Una cuarta niña se repite a sí misma que la Normal es un lugar donde se juega a las escondidillas. Hay muchos lugares para esconderse y jugar a las correteadas (…) a ellos los están buscando porque se perdieron (…)” 

¿Puede la belleza de la lógica infantil, y el canto hermoso de la tinta china revestir de esperanza estética el horror de la pesadilla en la que han convertido nuestra casa?

Cuando todo se acaba, vamos saliendo uno a uno del auditorio con esa verdad inscrita en nuestro cuerpo herido: A  ver que hacemos con los desaparecidos de hoy, que sirva para algo.

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